Probé el sabor de una droga fuerte
nueva y reluciente
a la luz de constelaciones desaparecidas.
Corrí hacia el mar sin detenerme
sin mirar atrás,
adentrándome en la tibia agua de medianoche.
Cerré mis ojos al lanzarme desde las alturas,
abrí mis brazos mientras caía en libertad
pero aún las cadenas rodeaban mi amor.
Y después de viajar cientos de kilómetros,
después de reír, de cantar, de bailar,
me he quedado acompañado de la soledad
que se apega a mí como un animal herido,
como una lluvia copiosa en un invierno frío.
Y después de disfrutar el momento,
por meses, por años,
no queda más allá que un destello de felicidad
que no alcanza siquiera para entibiar
esta alma enferma durante un día entero.
Cada vez que despierto
ocurren las mismas pesadillas
y los mismos pesares se adelantan a la nueva mañana.
Pero si me ves tú, caminando por la calle
me verás con una sonrisa en la cara...